Fugaz, así fue su adiós. Ni siquiera,
como póstumo sudario a mi amor,
una última mirada lastimera
que aplacara la angustia y el dolor.
¡Cuánto sufrí y cuán grande mi agonía!
Y como ofrenda a mi dulce ensoñación,
sólo dejaste la cicuta de una ilusión
que atolondra con infame cobardía.
Juguete de tu fingida inocencia
fue mi sublime instinto de lo humano.
Tú mataste la alegría y la paciencia,
de este amor ciego que te adoró en vano.
Soy hombre de sentimiento superior;
y si algún día tu ausencia a mi alma enerva,
buscaré como paz a mi dolor
el zumo de tu esencia en la yerba.
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