24 de agosto de 1984
Aguada
Mundo, no tejas más reproches
en el negro telar de mi existencia;
si no es mi culpa el quererle
y limpia tiene ella su consciencia.
Mundo, no hilvanes más rencores
ni seas tan severo en tu sentencia;
que no es mi culpa el quererle
testigo es Dios de mi inocencia.
Si ella es como Dios la hizo,
límpida y de gracia plena;
ya ves, no es mi culpa el quererle,
sólo la amo como mi alma ordena.
Mundo, ¿cómo quieres que renuncie
a unos ojos cristalinos de iris color de pena?
¿Y a unos labios dilatados en olvido,
suplicando que la quiera?
Mundo, no es mi culpa el quererle
ni su culpa haberme amado;
porque de la creación de Dios
ella es mi sueño dorado.
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