30 de mayo de 1984
Aguada
Entre paredes que destilan trsteza,
tendido sobre un lecho miserable,
te juro que he de cumplir la promesa
de llevarte en pensamientos celestiales.
¡Oh, mujer de semblanzas tan divinas,
símbolo del amor y la inocencia;
son tus ojos de mirar enlutecido,
tristes cocuyos que dan luz a mi existencia.
No puedo reprimir mis emociones
al ver la mirada que hilan tus ojos
y siendo esclavo de las pasiones
de ese triste mirar de despojo.
Tú eres capullo que entreabre tímido
e inocente en la temprana primavera;
es tu cuerpo de nácar cristalino
que me hechiza, me tortura y desvela.
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